Casa Roja
María García Holley
Archdaily
Una
barra de acero prismática es sometida a fundición. Empieza por aguantar el
calor y nada parece cambiar en su morfología. Se queda quieta. Pasa más tiempo,
sube la temperatura y llegando al límite de su resiliencia empieza a ceder, a
cambiar de color. La barra se vuelve roja, ardiente, se mueve la energía
almacenada en su interior, cobra vida, se desentiende de su pasado de vieja
barra de acero frío y decide por quedarse flotando en calma pero segura.
Flota
por sobre la ciudad de Monterrey, acerera por génesis urbano, flota rodeada de
un espectáculo de flamas de sierra huasteca. Sobre una calle en pendiente que
la envuelve en curva, como si el tejido urbano bailara en esta danza ardiente
alrededor de ella. Flota para abrir sus fauces contra la tierra y aceptar a sus
visitantes a ese potente umbral que llega hasta su estómago, invitándolos a un
lugar más fresco. La casa roja es su propia metáfora, su propio espíritu del
lugar.
Arquitectónicamente
hablando, la casa roja se trata de una composición de volúmenes que responden a
la organicidad del terreno y los prístino de su diseño. La fachada lateral
asemeja un cuadro de Malevich en donde el juego de las líneas y los planos
forman una composición armónica pero misteriosa. Una banqueta a casi 45º suaja
la ortogonalidad del conjunto como resbaladilla, muestra el esfuerzo y la
factura de la construcción en un terreno sobre colina. El espacio interior
revela escondites, como si este prisma flotante tuviera sus propias
excavaciones.
Las
terrazas son espacios de introspección para los habitantes, las losas de
concreto se encuentran en sus aristas, con la precisión que sólo alguien que
nace con el oficio puede imprimirles. Las terrazas como observatorios se abren
a la sierra, son el enlace que hace entender al habitante dentro de un sistema
más grande, más sublime. Los detalles coquetean con lo colosal de la barra de
acero roja y flotante, las ventanas son la garganta para que entre el ventarrón
a refrescar la casa. La sincronía entre los usos y los espacios de un ritmo de
vida activo e instrospectivo es lo que hace de la casa roja un espacio
metafísico.
El
cuidado de los detalles interiores otorga lo familiar a lo cotidiano y se
animan cada mañana que camina el sol. Los recorridos de la casa sorprenden por
sus apariciones, espacios útiles con llenos y vacíos que permiten una animada
circulación interior. Una composición racional que en su exterior parece
poderosa y estoica, en su interior es un deleite de sucesión de momentos y
energías.